(6) La mandona
Lunes, 29.11.2021
Han pasado dos meses desde que murió mi padre. Lo echo muchísimo de menos, pero la verdad es que no he tenido mucho tiempo para llorarlo. Si no fuese por los establos y los caballos que me necesitan, seguramente estaría ahogándome en llanto. Sin embargo, toca ser fuerte. Por una parte, estoy agradecida por no tener tiempo de estar en luto. Por otra parte, siento que no le estoy dando la importancia que se merece...
Pero sí, tuve tiempo de contemplar la desaparición del caballo que mató a mi papá. Bueno, no fue intencional, yo lo sé - él intentaba protegerse, nada más. Además, en el estado de muchísimo temor en el que se encontraba el pobre, no me extraña que haya reaccionado así.
Con la herida que sufrió al caer en una valla, el caballo no pudo haber sobrevivido muchos días más y han pasado ya dos meses... Entonces, ¿por qué seguía apareciendo en mis pensamientos?
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El día empezó como siempre. Me levanté a las 5:00 de la mañana. Me vestí, desayuné y me dirigí directamente a los establos. Los caballos al escucharme venir empezaron a relinchar alegremente. "¡Ahí viene la comida!", deben de estar pensando cada vez que me acerco. Son muy adorables cuando abren la boca y enseñan sus dientes en algo que parece ser una sonrisa. ¡Estos harán cualquier cosa por la comida!
Mi favorita era Sheryl, una yegua hispanoárabe de unos 15 años. Era pequeñita, medía unos 160 centímetros en la cruz. Su pelaje era castaño - un color que tiene muchas variaciones, pero Sheryl poseía el castaño más bello que he visto en mi vida entera. Su pelaje se parecía al atardecer más espectacular, un sol rojizo que hipnotiza con su elegancia. Así era Sheryl. Bella y elegante. De apariencia, por supuesto, porque su personalidad ya era otra cosa.
Como todas las yeguas, era bastante... exigente y temperamental. Aparte de eso, era bien inteligente. No he conocido jamás a un caballo tan listo. No se dejaba montar, mi papá intentó numerosas veces, pero ella siempre lograba tirarlo de su lomo. Y cuando hago con ella un trabajo de piso, muy frecuentemente intenta engañarme o se pone terca y no hay quién la mueva.
Sheryl fue la primera que se dejó oír cuando me acerqué a los boxes y tuvo que ser la primera en recibir comida.
- Hola, mandona. - sonreí a mi caballito preferido y le di una cubeta con una mezcla de pienso con alfalfa. Le eché un par de zanahorias también; sino, no me dejaría salir del box.
De repente sentí algo raro. Sheryl es una yegua que no le tiene miedo a nada, sin embargo en un momento levantó la cabeza, sus pupilas se dilataron y sus fosas nasales se ensancharon. Eran señales de que algo le asustó. Cerré la puerta de su box y me dirigí a la puerta de los establos. La había dejado abierta. Cuando estaba acercándome a ella, de repente vi una gran sombra y me di cuenta de que Sheryl, la yegua más valiente de nuestra granja, tenía razón en tener miedo...
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